Por último, hay un lugar que hoy Deyanira recuerda con amor-odio. Se trata de la heladería Italia, en calle Santa Fe, frente al Jardín Botánico. Los sabores artesanales y las historias de los dos caballeros que atendían fueron irresistibles. Cada tarde se daba una vuelta y se tomaba un “pinito” de dulce de leche, que era un helado sabor manjar, con palito y bañado en chocolate. El último día, Deyanira pasó a despedirse y los heladeros le regalaron un pote entero de helado de dulce de leche que pusieron delicadamente en un bolsita plástica muy tierna que dice “helados” y tiene muchos dibujitos de conos de barquillo y bolitas de helado en color azul y naranja. Deyanira amó tanto ese gesto que aún conserva la bolsita. Lloraba en el Cata Bus de vuelta, mientras cuchareaba y cuchareaba su presente. Luego, vino la milanesa del almuerzo y cuando el camino empezó a serpentear cordillera abajo, tuvo que correr al baño, desde donde no pudo salir hasta llegar al Terminal Alameda. De ahí el amor-odio de Deyanira por aquel dulce local, además de los 7 kilos que ganó en este, su primer vieja fuera del país.
13.6.10
5.6.10
Milanesa, Blondor, testosterona, (II)
Bien cerquita de ahí (Talcahuano nº 953), está el Restaurante Norte, donde almorzó todos los días, entablando una estrecha amistad con Rubén, garzón profesional, que la llamaba cariñosamente “¡Che Pisco Sour!”, recorriéndola de arriba a abajo y de abajo a arriba, cada vez que ella entraba al local. Deyanira se derretía con su mirada penetrante y su apasionada conversación. Entre otras cosas, Rubén le enseñó que en su país a las escalopas se les llama milanesas y que estas quedan mucho más ricas si uno las rocía con un chorrito de limón antes de servírselas.
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