31.1.10

Corazón de sandía calá

En la verdulería de la esquina a Deyanira le calan las sandías. Y a Deyanira no más. A nadie más.
El verdulero trabajó toda su vida cortando sandías en Hospital. Era lo que mejor pagaban, pero aún así, pagaban mal.
Por eso, mejor se vino a Santiago a venderlas.
Se tiñe el pelo y el bigote bien oscuro y se planta, con una cadena de oro al cuello, a dar gala de sus conocimientos.
“Yo calo sandías con la vista, mijita. Nunca le hierro. Esta mañana de las veinte que me entregaron en la vega, yo sabía de sólo verlas que había dos malas. No me creyeron. Igual las pagué pero, antes de subirme al camión, las tiré la dos al suelo delante de todos. Estaban todas blancas por dentro” le contó a Deyanira mientras le miraba el escote y hundía despacito su cuchillo en la cáscara verde.
A ella le encanta esa parte, cuando la hoja filuda se mete hasta el centro más dulce y más rojo.
Tres cortes y al sandillero le brillan los ojos cuando Deyanira le pega la mascada jugosa a pedazo calado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y luego del jugo, acuoso y rosaceo, que le cae por su comisura, llegando unas gotas a su escote.....luego de esto me pregunto yo
¿Cuando le pone la harina tostaa???...Ahhh

Me gustó este deyanira...anda inspirada....hubo unos anteriores...hummm....eso

Delator dijo...

Deyanira es sádica. Pero amable.